El ser humano es social por naturaleza, necesitamos a los demás para salir adelante, pero no las 24 horas, eso está claro. Lo que también pienso que necesitamos es llorar más a menudo, dejarnos calar por mensajes que lleven fondo. Las experiencias y las historias calan cuando ocurren de verdad, cuando son reales, cuando una o más personas la han vivido y les ha parecido un sueño, una pesadilla, una victoria, un fracaso... una emoción ligada a una decisión. Las experiencias nos seducen, luego nos remueven, después incluso puede que nos hieran y, finalmente, casi seguro, nos hacen tomar una decisión. Como mínimo la de repetir la experiencia o vetarla para siempre en nuestra vida.
Yo, personalmente, no sé vivirlas cuando conllevan una emoción mínimamente extrema. No sé gestionar la felicidad eufórica ni sé controlar la ansiedad y el muy probable desmayo posterior ante el pánico. Y me encantaría no perder el mando de la situación, pues reconozco que dejo tiradas al resto de personas que me acompañan. Como siempre he avisado a mis amigxs: "si hay una pelea yo me voy corriendo, lo siento".
En cuanto a la soledad, es necesario diferenciar entre soledad voluntaria y soledad impuesta: abandono. La soledad voluntaria muchas veces me genera miedo, ansiedad o tristeza, pero la mayoría de las ocasiones me crea un estímulo de libertad dentro de la tripa. Esto no puede ser más que la sensación irrefrenable de pensar que podemos con lo que nos venga encima. Me encanta, pero se me hunde el titular ante experiencias reales que me hacen recordar lo tan sumamente vulnerable que soy. Sin embargo, dentro de un abandono no queda más remedio que tomar la libertad absoluta o la pavorosa miseria. No se puede estar solo y abandonado al mismo tiempo porque somos por y para los demás, pero una misma entra dentro de "los demás" de otros. Por tanto, qué verdadera lástima debe ser sentirse abandonada.
Y en referencia a mi petición por más recurrencia ante las lágrimas, simplemente ha sido porque a veces pienso que somos nuestro propio ave fénix. Mojarnos las mejillas con agua que proviene de nosotrxs mismxs no puede tener otra función que la curativa, además está calentita, además acaricia, además hace cosquillas... Parece que el simple resbalar de una de estas nos haga recordar que estamos vivxs, y qué jodida maravilla.